La barca iba llena

Cada vez que recuerdo la historia de Jonás (Jonás cáp. 1 - La Biblia), no puedo dejar de pensar en un hecho que pasa un poco desapercibido.
Su insensibilidad a la desobediencia había llegado a tal punto que acalló la voz de su conciencia. Jonás dormía profundamente mientras la tripulación del barco hacía lo imposible por sobrevivir. La nave estaba prácticamente destruyéndose, y como último recurso se comenzaron a hechar al agua aquellas cosas que, como en cualquier situación crítica, se hacían poco valiosas, con el fin de aligerar peso. Imaginemos un poco: comida, ropa, celulares, notebooks... hundidos en el mar, perdidos para siempre. Y Jonás dormía.

El muchacho es buscado cuando ya se acababan las ideas; y él mismo sugiere: "tírenme al mar". Los marineros dudan. Bueno, algo más para tirar, y la tempestad por fin se calma. La intención no era tranquilizar el agua, eso era imposible; pero la solución anduvo mejor de lo esperado. Si yo hubiera estado ahí, le hubiera reclamado a Jonasito por mis chucherías que ahora estaban nadando: "¡¿Por qué no apareciste antes?!"
"¡¡Jonás!!... Dale, tirame esa cámara digital que está flotando ahí!". Y encima ahora se lo come un pescadote.

Nunca pensemos que nuestros desvíos del camino no afectarán a terceros; la frase "es mi vida y hago lo que quiero" no se quién la inventó, pero no es cierta. Vidas, familias, iglesias son afectadas por malas decisiones individuales.
Y mientras más duremos en nuestro error, las consecuencias aumentan, la nave es destruida, y las bendiciones son perdidas.
Dios es fiel, y un animalito más obediente que cualquier hombre, nos enseña que Él, aún así, puede cumplir su propósito en nosotros.